Saturday, June 27, 2009

Después de la tormenta

Una angustia salvaje
me invade
como una terrible marea.
Suena a despedida
y a retorno:
la misma melodía
más rica y complicada
y bella
que antaño.

Ahora entiendo
la suerte que nos depara
a los que fuimos besados
con infancia eterna.
Comprendo el significado
de los amaneceres
con más pureza incluso
que en los dorados días.

Sé que hay piedras preciosas
que es mejor no encerrarlas
en cajones oscuros
de palabras.
Que después de la desesperación
llega el reconocimiento
de sentimientos
ante los cuales estuvimos ciegos.

Campanas de calma
agitadas por los vientos
que azotan con violencia
jardines florecidos:
pétalos volátiles
danzarines.

El templo del Ensueño
tiene las ventanas
abiertas.

Friday, June 19, 2009

La carta secreta

-Así va bien, ahora después del acorde de Re Menor, tóqueme el de Sol Mayor. Así, fenomenal, pero necesita deslizar los dedos con más naturalidad. Bien, eso está mucho mejor. Ahora haga la sucesión Re Mayor - Sol Mayor - Do Mayor - Fa Mayor. Así. Esta la toca estupendamente, ¿Eh? Se nota que la practicó mucho en casa, joven duque Theon. Ahora, escuche, pues necesita entrenar su oído - el profesor agarró con suave gracia su laud, acercó su oído a las cuerdas mientras lo afinaba con maestría y, al fín, empezó a tocar una balada de su propia cosecha, que más o menos sonaba así:

http://www.youtube.com/watch?v=V_K5zRA2APo

El joven Theon se ajustó su gorra de terciopelo roja sobre sus largos y lacios cabellos largos y oscuros y sus ojos violeta se abrieron como dos lilas en flor.

-¡Yo quiero aprender a tocar así, Augustus! ¿Cuándo podré deleitar con mis canciones a las jóvenes doncellas? - trató de improvisar una tonada, infructuosamente - ¿Ves? ¡No estoy hecho para la música!

-¿Doncellas? - Augustus rió con fuerza rasgando 3 complicados acordes - Yo aún no he conocido ninguna, incluso a su edad. Los tiempos están cambiando, joven duque. Estamos en el glorioso año del Señor 1595. Florencia es un hervidero de libertinaje.

-Oh Augustus... - murmuró el duque con la cabeza gacha - No hay nada que desee con más fervor que convertirme en artista, viajar por todo el mundo conocido y abandonar ese Palacio repleto de - escupió en el suelo - intrigas y esas mierdas. Estoy muy harto de todos esos mequetrefes que me rodean. Usted parece feliz en esta finca rural.

-Ah...la juventud...La juventud opulenta. Jamás os conformáis con nada. Y usted, señor duque, debería estar agradecido de no ser como un simple ciudadano que apenas puede costearse un mendrugo de pan. No puede renunciar a su vida y más usted. Hace muy buena planta, es apuesto e inquieto. Podría hacer grandes cosas por Florencia.

Theon se levantó, enfadado, y lanzó al suelo el laud que había estado tocando hasta aquel momento. Miró por la ventana, con aire melancólico, los bosques de encinas y pinos que se extendían entre las bajas montañas, y se ató con cierto nerviosismo el cuello de su camisa blanca.

-Augustus, dime una cosa. ¿Has visto mucho mundo tú? Seguro que conociste personas increíbles. Artistas, damas que suspiraban por tí...

El viejo músico se recostó tambien contra la ventana y miró al duque con una vaga y lejana sonrisa. Era un hombre fornido, a pesar de sus ya cumplidos 50 años, y tenía unos cabellos de plata rizados que le caían por los hombros como cascadas tumultuosas.

-Basta de charlas. Tus padres me han mandado enseñarte a tocar el laud y cantar, no ha hablar de mi vida pasada. Pasado mañana quiero que me traigas esa canción bien leída y tocada. Trabaja incesantemente en ella, solamente el esfuerzo sin tregua te hará un buen músico - le dió una partitura de una de sus canciones para laud y el joven duque la enrolló y la guardó con cuidado en una bolsa de cuero que llevaba siempre encima. Aquello le había alegrado el día. Era la primera vez que empezaría a trabajar con obras. En poco tiempo, conquistaría el corazón de Prímula...¡Estaba convencido de ello!

-¡Gracias, Augustus! ¡No te defraudaré!

-No dudo de su ambición, joven Duque.

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Pasaron 3 años, y el joven duque acababa de cumplir 15 primaveras. Había conseguido aprenderse una cantidad ingente de canciones de la época y a cantar madrigales y operetas, junto a su nuevo maestro Claudio Monteverdi el cual bajaba cada Lunes desde Venecia a Florencia solo con el objetivo de enseñarle canto y armonía.
Theon, en contra de la voluntad de sus padres, solía escaparse del Palacio para irse con dos amigos músicos que había conocido en el colegio (mayores que él) y así recorrían Florencia sin pausa. Durante el día interpretaban canciones alegres en las esquinas de las calles más concurridas de la artística ciudad y, por las noches, a veces lograban distraer a los guardias palacinos que buscaban al duque para devolverlo a casa e iban a cantar y tocar bajo los balcones de opulentas señoritas que conocían de clase.

Tras mucho insistir, sobretodo bajo su balcón en el qué, en ocasiones, había acudido borracho y cantando apasionados cantos románticos (una vez, la guardia florentina lo detuvo por haber roto los cristales de un comercio, después de ver cómo Prímula ni siquiera tenía intención de salir al balcón) la jovencita le prometió que se encontrarían en secreto, al atardecer, en unos jardines del centro de la ciudad.

-¡Theon! ¡Parece que tu mala suerte con las mujeres ha llegado a su fín! - gritó uno de sus amigos el mismo día que iba a encontrarse con ella, justo cuando le abandonaban para volver a sus casas cargados con sus instrumentos - No tienes remedio aún así, has ido a elegir una de las chicas más difíciles y amargadas de Florencia, y si me apuras, de todos los Estados de Italia - sonrió, maliciosamente.

-Yo no me conformo con cualquier cosa, no como vosotros, que en seguida que no os van bien las cosas, os marchais a un lupanar.

Y se fue hacia los callejones que llevaban hacia los jardinis Berdini, con la cabeza alta, orgulloso y con el laud colgando de su espalda. Aquella tarde había escogido sus mejores galas: una camisa negra con bordados dorados en las mangas, un cinturón planteado con un dragón tallado en él, calzando también unas botas de espadachín. Todos los paseantes le echaban miradas de admiración y sorpresa. Las jovencitas reían, sonrojadas, y murmuraban entre ellas. ¡Era el Duque!

-La impresionaré con todo mi repertorio - pensaba, esbozando una picaresca sonrisa que había aprendido de uno de sus amigos músicos que tenía la costumbre de llevarse a una joven a la cama casi cada noche - Prímula se va a arrepentir de haberse resistido tanto a mis encantos.

Mientras se iba acercando, poco a poco, a aquellos frondosos jardines desde dónde se podía observar toda la ciudad, su corazón se iba acelerando paulativamente. Debía apretar el paso, puesto que los guardianes de la ciudad tenían órdenes explícitas de arrestarlo si lo encontraban merodeando en solitario por aquellas calles "peligrosas y repletas de criminales y borrachos pendencieros" como decía su madre. "¿Por qué no haces como todos, y sales a divertirte con tus amigos en alguna taberna?" Le decía también su padre que, sin embargo, no era tan severo con su comportamiento. Ahora, sin embargo, nada le detendría del objetivo de su vida, después de tantos años esperando. Era su musa, con nombre de flor.

Después de deambular, con el corazón en un puño, por los jardines atestados de parejas que se reunían en secreto, como ellos iban a hacer, para ver la puesta de Sol sobre Florencia y, obviamente, para otras cosas, al fín la vió.

La vió...más hermosa que nunca, sentada en un banco, vestida con un conjunto carmesí bellísimo de voluptuoso escote que terminaba, a pliegues, en una falda larga. Era delgada como una pluma pero su rostro y todos sus gestos albergaban una vivacidad y un fuego que cegaban al joven Duque. La muchacha, pronto, se dió cuenta de su presencia y sonrió con expresa timidez e hizo un ademán para que se sentara junto a ella. Pero él, aunque estuvo tentado de obedecerla, declinó con educación y, postrando una rodilla en el suelo, le tocó una canción que había aprendido la semana anterior, expresamente para ella, con unas letras que hablaban de una ninfa tan maravillosa y especial que había sido tocada por los ángeles mientras dormía y estos habían sentido envidia de no estar junto a ella sino junto a Dios. Sin embargo, ella se sentía desolada sin amor, sin comprensión.
Se trataba de un madrigal de Monteverdi, su maestro, adaptado al canto de una sóla voz.

http://www.goear.com/listen/b2c47f5/Amor-(Lamento-della-Ninfa)-Monteverdi

Una vez acabó de rasgar el último acorde, Prímula se tapó la boca con recato y empezó a reir por lo bajo, mientras lo fulminaba con una misteriosa mirada de sus ojos negros y estilizados. Theon se sentó junto a ella y ahí pudo observar mejor un detalle: se había pintado un poco los pómulos de color rosado para resaltarlos y se había puesto brillo en los párpados. También había mandado que la cepillaran sus cabellos del color de la caoba hasta que estos parecieran tirabuzones en dónde Theon hubiera matado para poder zambullirse en ellos.

-¿Te...te ha gustado, Prímula? ¿Por qué te ríes?

La muchacha alargó una de sus diminutas manos y le acarició los cabellos, besándole en la frente, un instante después. Theon se sentía flotando en otro mundo, como si pudiera fundirse en los tonos cálidos y armoniosos del crepúsculo, que daban paso a las estrellas y a los grillos que pronto cantarían la preciosa tonada de lo furtivo, de los amantes que se funden con la Luna, de versos y sonetos silenciosos que se recitan con una sola mirada...Sin embargo, cada vez que trataba de mantenerle la mirada a Prímula, su rostro se hinchaba de vergüenza.

-Me parece adorable, Theon, mi señor, mi duque, pero cada día muchos jóvenes de su edad y mayores vienen a tocarme esas mismas canciones - le acarició, esta vez, una mejilla - Parece usted un niño enamorado de un ideal, y eso no me desagrada. Si fuera capaz de hacer algo más que interpretar esas canciones de otros autores...

-Pero, Prímula, yo no... - Theon poco a poco se iba sintiendo más y más desolado, mientras las sombras de los árboles circundantes se alargaban y les acariciaban sus siluetas - Yo creía...

Prímula agachó la cabeza y sus labios parecieron apretarse, quizá de rabia o de dolor.

-Usted creía que con una sóla canción, con un porte caballeroso y un bonito ocaso podría conquistar mi corazón. ¿No es cierto, mi querido Duque?

El silencio se impuso. Un silencio espeso, desagradable. Si, en verdad en aquel momento se sentía como un niño enamorado de una mujer inalcanzable para su madurez. No se le ocurría absolutamente nada para impresionar a la dama de sus sueños, ni un soneto, ni una palabra bonita. Nada. Entonces, se acordó de cuando su primer maestro, Augustus, le había estado enseñando a componer, de cómo su impaciencia le había obligado a tocar solamente piezas de los demás.

-Por su silencio veo que así es, Señor, me tomó usted por una joven ignorante y fácil. Me ha defraudado, creía que no sería usted uno más. Me voy.

Antes que la muchacha le diera la espalda y desapareciera tras la maleza, Theon creyó ver en sus mejillas un destello arrancado por la luz de las primeras estrellas y del Sol moribundo. ¿Estaba llorando? No, no tenía que haber ido jamás a aquel encuentro. Ahora solamente tenía ganas de morir, de desaparecer...de romper en llanto.

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-¡Theon! ¡Theon! ¡Despierta!

El joven, que había estado soñando toda la noche en Prímula, se desperezó y abrió sus ojos violaceos, acordándose al instante de lo sucedido la noche anterior. Había vuelto a casa sin decirles nada a sus padres y había estado dos horas llorando hasta que había agotado el lago doloroso y agónico de las lágrimas. Notaba aún el cojín húmedo y, frotándose por fín sus ojos resecos, pudo ver a su madre combada sobre él.

-Te ha llegado una carta sin remitente. Es muy extraño. Espero que no te hayas vuelto a meter en líos... - lo miró con desapruebo, los brazos en jarras.

-No, madre, esta vez no hice nada, lo aseguro. Démela, se lo ruego.

La mujer se la tendió con cierta reticencia y, sin decir nada más, le dio la espalda y salió de la habitación dando un fuerte portazo tras ella. Se levantó y se miró al espejo: estaba totalmente despeinado y tenía unas ojeras que casi le caían al suelo. Qué más daba ya...

Theon abrió la carta sin ninguna contemplación, rompiendo el sobre, y, en seguida, se puso a leerla. Tenía una caligrafía desconocida para él, pero a la vez familiar. Pero aquello ahora poco le importaba...

"Señor Theon, una persona muy cercana a usted que ha contemplado recientemente le espera en el bosque de Villa Bruchi, al amanecer del día 21 de Junio, Solsticio de Verano"

No había firma, ni saludos cordiales ni ninguna otra información que le pudiera servir para averiguar quien era aquel personaje que le había citado para... - miró el calendario - ¡Para mañana!

"Una persona muy cercana a usted". Era más que probable que fuera una broma, quizá sus amigos se quisieran reir de él porque ya, a aquellas alturas, media Florencia se habría enterado que Prímula, hija de una de las familias más influyentes de la ciudad, había rechazado al joven Duque. Sin embargo, de pronto le habían unos ciegos impulsos de jugar aquella última carta... ¿Y si en verdad Prímula se había arrepentido de sus palabras y le había citado allá? Solamente pensarlo le hacía sentirse prisionero dentro de aquel Palacio...Sí, tenía que ir, debía ir, no podía hacer otra cosa, no perdía nada y si no iba su pena aún sería más grande.

Fue al colegio y sus suposiciones se hicieron realidad: la silla de Prímula estaba vacía y ella raras veces se ausentaba. Era una muchacha muy aplicada. No, aquello no era normal...Quizá se había quedado tan afectada por los sucesos de anoche que había decidido encaminarse ya a aquel bosque pero...¿Por qué un bosque que estaba situado a 100 km. al sur de Florencia? Si en verdad se había dirigido hacia Villa Bruchi, era un camino muy peligroso y más para una joven de familia opulenta. Aún así, aquel día fue incapaz de pensar en nada más que en ella, en sus ojos penetrantes, en sus cabellos que caían como sedas de un rojo apagado sobre sus sonrosadas mejillas. Agarró un trozo de papel durante la clase de Aritmética y trató de escribir un soneto, palabras que reflejaran lo que sentía por ella, hasta qué punto la echaba de menos, la opresión que sentía en su pecho cada vez que observaba la silla vacía, recogida bajo la mesa...

Pero no pudo escribir una sola palabra coherente: tus ojos són como...como...; mi corazón al verte tiembla como un...una...no le salía una maldita metáfora. Quizá por el camino se le ocurriría algo para decirle a Prímula, para no volver a quedarse en blanco ante ella nunca más. También se llevaría el laud y trataría de...componer algo, aunque fuera sencillo.
Sí, había decidido, durante una aburrida clase de aritmética, que partiría hacia aquel lugar que aquella misteriosa carta le había indicado.

-¡Theon! ¡Ya estoy harta de tu distracción! ¡Fuera de clase!

Y es que la profesora Úrsula no tenía contemplaciones con nadie.

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Después de pasarse horas preparando su huída de Palacio, consiguió irrumpir en el cuarto de los criados y vestirse con un rudo y tosco jersei de lana y unos viejos pantalones de pana que le llegaban hasta las pantorrillas. También se calzó con unos zapatos hechos de paja con suela de piel de vaca. Se cortó con violencia sus largos y lacios cabellos hasta que, al mirarse al espejo, se vió casi irreconocible. Sonrió, satisfecho. Ahora tenía que probar si ante los guardas que flanqueaban la puerta principal la impresión sería la misma.
Cogió una escoba y un cubo de basura, metiendo con cuidado dentro de él el laud y un hato repleto de víveres, y bajó con cierta naturalidad las escaleras hacia la sala principal, desierta en aquellos momentos pues eran altas horas de la madrugada. Cruzó el jardín, el complejo amurallado interior y, por fín ante él, se alzaba la puerta principal situada en el centro de las murallas exteriores.
Para su regocijo, los guardias ni siquiera repararon en él, hallándose estos sentados dentro de la caseta jugando a cartas y vociferando como si estuvieran en medio de un duelo a muerte. Por una vez, la indisciplina de aquella chusma le pareció algo maravilloso.

Pero lo que más le sorprendió fue encontrar, solamente una calle más allá, a un hombre subido a un carro tirado por dos caballos dispuesto de tal modo, de lado, que parecía estar esperando a alguien. Theon había planeado sobornar a algún viajero que se dirigiera al sur, pero nunca imaginó que lo encontraría tan cerca de su casa. Así pues, se dirigió hacia él, escoba y cubo en mano, y, sin titubear un momento, le ofreció una moneda de oro.

-Jaja, no se moleste señor Theon - era un hombre menudo con una barba negra muy espesa y vestido con un jubón de alegres colores y un sombrero acabado en una pluma negra - En marcha, no hay tiempo que perder. ¿Verdad? - sus ojos relampagueaban de tal forma que pareciera saber qué era lo que le depararía al Duque.

-¿Cómo me habéis reconocido? ¡Hablad! - espetó Theon, impaciente y mirándolo con desconfianza.

El rostro del extraño conductor de carros se agravó.

-Señor, si en verdad quiere llegar a dónde desea, le ruego que suba a este carro.

El Duque no contestó y, después de pensárselo unos segundos y de excrutar a aquel hombre con su mirada, la imagen de Prímula se impuso y, de un salto, se colocó a su lado.

-En marcha, hacia Villa Bruchi.

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-Me llamo Flavio, soy un comerciante leal a su familia, señor Theon, y cuando vi en sus ojos el brillo de la desesperación, supe que necesitaba irse de inmediato a algún sitio. Yo no sé nada más.

El alba empezaba a asomar por el horizonte mientras marchaban por unas incómodas y destrozadas calzadas que cruzaban los inmensos cultivos y bosques de la Toscana.

-En verdad, no suelo confiar mis secretos a ningún desconocido, pero las noches me hacen débil a los recuerdos y a los sentimientos - murmuró el muchacho, girándose hacia el cochero que parecía calmado con una suave sonrisa dibujándose en su rostro - Pero necesito contárselo a alguien con sentido común, a alguien que no sea uno de mis estúpidos y superficiales amigos... - contempló las estrellas y, sin bajar la mirada, prosiguió - Estoy...estoy enamorado, no, locamente enamorado de una joven. Y se supone que voy a su encuentro.

El hombre rompió a carcajadas.

-No quiero entrometerme, pero seguramente tendrá que impresionarla con algo, mi Señor. No puede ir a ciegas a un encuentro. Se lo digo por experiencia - le guiñó un ojo.

-Yo no sé hacer nada...más que tocar canciones con el laud. Y ella...a ella cientos de jóvenes la cortejan así. No sé qué hacer, Flavio. Además, no sé si ella me espera.

El hombre sujetó la rienda con una mano y con la otra le dió unas amistosas palmadas en el hombro del joven Duque.

-Piensa demasiado. ¿Dice, señor Duque, que sabe tocar el laud? Entonces, ¿Por qué no le compone algo, aunque sea una canción muy sencillita con una letra aún más simple? No se complique la vida y saque el laud, a ver si conseguimos hacer algo.

A Theon le sorprendió la iniciativa de aquel pequeño hombre, y, sin rechistar, agarró el laud de dentro del cubo de basura y se lo colocó sobre su regazo.

-Toque lo primero que se le ocurra.

El joven tocó, rápido y con nerviosismo, un acorde de Si menor.

-¡Tranquilizaos! ¡Tocad tranquilo, que aún no estais ante vuesa amada! ¡Jajaja! - el hombre, visiblemente risueño y divertido, mantenía un ojo en la calzada y el otro sobre el traste del laud - Venga, ahora tocad sobre esa base e id añadiéndole otros acordes mientras avanzais, los que le apetezcan. Ya sabrá cómo funciona esto. Cuando memorice lo que acaba de tocar, añádale una letra lo más sencilla posible y... ¡Ya está!

Al joven le llevó unas horas componer la canción, entre las cuales echó una cabezadita. Cuando la tuvo terminada, con su respectiva letra y todo, se sentía el hombre más feliz del mundo, con una sensación que jamás había experimentado. Su corazón parecía haberse agrandado tanto que ya no pudo desterrar una radiante sonrisa de su rostro hasta que llegaron al final del trayecto, a Villa Bruchi.

-¡Gracias por tus sabios consejos, Flavio! ¿Eres...músico, acaso? Nunca había compuesto una canción en mi vida y tan sólo en unas pocas horas...Es...es increible.

-No hablemos de mí ahora. Lo más importante es que llegue a tiempo, mi Señor. Seguramente ya le estará esperando con impaciencia en aquel bosque - señaló a un lugar concreto en dirección oeste, hacia el interior de una frondosa floresta de hayas - Buena suerte, señor Theon.

Theon, visiblemente emocionado, le saludó efusivamente con un ademán de su mano y se encaminó con grandes pasos a través de unos extensos viñedos que iban a morir a aquel bosque que había señalado el pequeño hombre. Al otro lado, a una distancia bastante considerable, se alzaba un complejo de casas rodeadas de grandes jardines: la Villa Bruchi.
Volvió a girarse para espetarle un último "Gracias" a Flavio, pero cual fue su sorpresa que, en el camino, ya no había rastro de ningún carro. Theon enarcó una ceja y llegó a la conclusión que estaba tan excitado con la perspectiva de poder tocarla una canción de su propia cosecha a Prímula que no había escuchado el triquiteo del carro alejarse por el camino.

Se adentró justo cuando los primeros y tímidos rayos de Sol se filtraban entre las verdísimas hojas de las hayas. En aquella ocasión, trató de controlar mejor el bombear de su corazón y se dedicó a recordar la melodía y la letra y a tocarla mentalmente. Con aquel precioso amanecer escabulléndose con delicadeza entre las ramas y los primeros trinos de los pájaros, el tañir del laud sonaría irreal, mágico. Pero una obviedad cruzó su mente: no sabía dónde encontrar a Prímula. En la carta solamente aquel misterioso personaje (seguramente la propia Prímula) le citaba en el bosque cercano a Villa Bruchi, nada más, pero aún así sentía la corazonada que la encontraría, casi podía sentir su perfume y su grácil caminar a su lado.

Oyó un sonido lejano que se diferenciaba de los demás ruidos del bosque: un canto lejano, un canto de...Aguzó el oído. Era un canto irreal, como el canto de un niño pero más etereo y sutil. No parecía el de una mujer. Pero Theon pareció caer en un súbito hechizo y se dirigió hacia allá, corriendo y portando el laud fuertemente agarrado bajo su brazo.

Llegó por fín a un claro, resoplando con fuerza y casi ahogándose después de haber recorrido lo que a él le habían parecido leguas de distancia. Y ante él, sentada sobre una roca y de espaldas, una joven cantaba con un timbre de voz que jamás había escuchado en su vida, una voz que mantenía al Duque paralizado, maravillado. Era tal la belleza de aquel canto que incluso le producía dolor y punzadas fuertes en el corazón. Estaba desnuda, completamente desnuda, y unos cabellos del color de la caoba se precipitaban a lo ancho de su estrecha y grácil espalda.
Por fín pareció percatarse de su presencia y, justo cuando un rayo de Sol caía sobre su rostro, se giró hacia el muchacho...

¡Era Prímula!

Empezó a temblarle todo el cuerpo. No, aquello no era posible. La joven a la que había amado durante todos estos años, en secreto, se hallaba desnuda ante él, mostrando sus pequeños y torneados senos y una sonrisa dulce y provocadora a la vez, aquella sonrisa que tantas veces le había hechizado.
Se levantó y fue a abrazarle, efusivamente.

-Theon, sabía que vendrías - acercó sus labios al oído del chico y le susurró - Por favor, no digas nada. Solamente tócame algo...algo tuyo, te lo ruego.

El Duque estaba tan nervioso que, al separarse ella de él y mirarle de arriba a abajo divertida y dispuesta a escucharle en toda su desnudez, se le cayó el laud al suelo y un fuerte e insoportable calor se instaló en todo su rostro.

-Prí...Prímula, yo...

-No, Theon, no digas nada - se llevó el dedo índice hacia sus labios y volvió a sentarse sobre la roca, cruzando las piernas. Su mirada le imploraba que empezara a tocar, pero el joven no se había esperado tener que tocar ante ella de aquella forma.
Sin embargo, en un esfuerzo sobrehumano, se agachó para recoger el laud y al fín lo empuñó.

-"Tienes que relajarte, Theon. No puedes volver a caer en el mismo error. No, después de tanto sufrimiento"

Cerró los ojos e inspiró profundamente durante unos minutos, hasta que su pulso volvió a la normalidad. Entonces, dirigió su mirada hacia el instrumento y, sin mediar palabra, empezó a interpretar aquella pieza que había compuesto unas horas antes. Sintió, por primera vez en su vida, cómo la música fluía por sus dedos, como se zambullía dentro de los acordes y las notas y cómo su voz nacía desde dentro de todo ello, de forma natural, sin pretenderlo.

Y así era la melodía sin voz, para que cada uno de vosotros la imaginéis como querais:

http://www.youtube.com/watch?v=yaCQ4KVFFCM

Palabras que se lleva
el viento,
sólo queda el sonido
de mi corazón.
¡Escúchalo!
Canta en silencio
lo que siento por tí.

Y el Amor sólo
es una palabra.
Por eso yo
no deseo pregonarlo.
Solamente siento
como fluimos juntos
en silencio.

Al acabar de tocar, Theon se enjugó el sudor que empapaba su frente y casi se desvaneció por el esfuerzo de concentración que había tenido que hacer para dominar sus nervios y las ganas casi bestiales que tenía de abrazarla, de besarla, de hacerla el amor...
Abrió los ojos, y la observó de nuevo echada de espaldas, en silencio, como si no hubiera escuchado nada y todo hubiera vuelto al instante justo antes que ella lo reconociera al llegar al claro. Así, con extrañeza, el Duque se acercó por detrás y, con suavidad y un leve temblor en su mano derecha, le asió el hombro.

-¿Te ha gustado, Prímula? Esa canción la he compuesto yo.

Lentamente, la joven se giró nuevamente hacia él. Pero cuando lo miró fijamente, Theon lanzó un grito de terror, de horrorosa sorpresa y se echó hacia atrás tan violentamente que cayó al suelo, de espaldas.

Quien le miraba ya no era Prímula. Era él, él mismo, desnudo, y sus cabellos caoba paulativamente se transformaron en una larga cabellera negra como la que llevaba él antes de embarcarse hacia Villa Bruchi.

-No...¡No es posible! ¡No puede ser!

Su otro yo, sin inmutarse lo más mínimo por el grito aterrorizado de Theon, se acercó hacia dónde estaba este último tumbado y, levantándolo con fuerza, le abrazó, atrayéndolo hacia él.

-Ahora sí, ahora sí me gustas, Theon. Me encantas.

Fue tal el shock que le produjo aquella visión de él mismo hablándole, como si mirándose al espejo la imagen hubiera cobrado vida, que se desplomó sin conocimiento.

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Desde aquel día sé que no pude volver a ser el mismo, para bien, o para mal. Ahora que lo veo con perspectiva, a mis 30 años recién cumplidos, quizá fue mejor para mí. Llevo demasiado tiempo lamentándome de mi decisión y de mi destierro pero... ¿Qué libertad es esa, la que te obliga a erigirte sobre los demás imponiendo tu autoridad desde el Palacio, desde la Prisión?
Nunca sabré a ciencia cierta si aquello fue un sueño o fue una especie de conjuro feérico que no sabría explicar con claridad. Pero prefiero no pensar en cosas que nadie podrá explicar jamás, que escapan a nuestro entendimiento, y pasaré a hablar de lo que hice después de aquellos sucesos extraños, los más extraños ocurridos en toda mi vida.

Recuerdo que desperté tumbado en los lindes de aquel bosque sin nadie a mi alrededor y con un dolor de cabeza muy intenso. Pensé que quizá lo habría soñado todo y que me había desplomado justo antes de entrar en el bosque pero, aguzando el oído, me pareció escuchar aquel misterioso canto que me había atraído momentos antes de forma hipnótica. Una sensación de terror invadió todo mi cuerpo y, a pesar que al levartarme todo daba vueltas y me tambaleaba, huí de ahí lo más rápido que pude.
Durante una semana entera anduve por el camino que llevaba a Florencia y, aunque racionando mis provisiones pude alimentarme y beber a diario, por las noches me veía obligado a dormir al raso y escondido entre los árboles por miedo a los bandoleros y a posibles pillajes. No confiaba demasiado en mi nuevo aspecto y creía que en cualquier momento me reconocerían sin dudarlo un segundo. No tenía ganas de ver a nadie, ni siquiera a Prímula. Lo sucedido en el bosque me había trastornado profundamente.

Pero aquello no fue lo peor de todo.

Llegué a la ciudad a toque de alba totalmente destrozado y, ahora estaba convencido, irreconocible, pues absolutamente nadie se inmutaba ante mi presencia. Incluso los guardias de Palacio me impidieron pasar juntando sus lanzas ante mí y con una mirada de profundo desprecio.

-Esfúmate, mendigo.

Con rabia les increpé y les grité que yo era el Conde, exigiéndoles con amenazas que me dejaran pasar de inmediato so pena de expulsión. Ellos se rieron a carcajadas y me dijeron, despectivamente, que si no abandonaba aquel lugar me "echarían a patadas". Yo, como es lógico, estaba totalmente fuera de sí ante las palabras de mis supuestos subordinados y, sin hacerles caso y encendido como una hoguera, me encaminé hacia el interior del Palacio dispuesto a preparar una carta de expulsión para cada uno de ellos. Pero uno de ellos, sin yo esperármelo, me propinó un puñetazo en la cabeza y me sacó fuera, echándome a la calle como un saco de patatas. Yo no podía creérmelo y saqué un cuchillo dispuesto a contraatacar, pensando que quizás había ocurrido una revuelta en Florencia durante mi ausencia.

Pero justo cuando iba a hacer la arremetida, apareció desde detrás de los soldados mi padre con la cara visiblemente demacrada, vestido todavía con la ropa de dormir y una barba que le llegaba al pecho, espesa como una selva.

-¿Qué ocurre aquí? - espetó, ahogando un bostezo.

-Un vagabundo pretende entrar en vuestro Palacio, Señor.

-¿Un...vagabundo?

Mi padre parpadeó y me dirigió la mirada, parpadeando, hasta que al fin, después de un rato de indecisión, alzó las cejas y se precipitó sobre mí, como si de repente hubiera enloquecido. Me abrazó, levantándome del suelo, y gritó mi nombre repetidas veces con tanta fuerza que, al cabo de poco tiempo, todo el vecindario había salido de sus casas para observar lo que ocurría. Mi madre y mi hermana rompieron a llorar y me inundaron de besos.

-¡Es un milagro! ¡Milagro! - empezó a exclamar mi madre, que no podía parar de llorar y de acariciarme el rostro, como si no se pudiera creer que estaba allí mismo, ante ella - ¡Es él! ¡Es Theon!

La gente también empezó a gritar lo de "Milagro!" y pocos minutos después media Florencia estaba aclamándome como si de un Dios se tratara.
Yo no entendía nada, absolutamente nada, hasta que, en la tranquilidad de la noche, mi madre me dijo que había transcurrido un año desde mi desaparición y que ya todos me daban por muerto, pues grandes partidas de bandoleros recorrían los alrededores de Florencia.

¡Un año!

Desde aquel día mis padres y mi hermana estuvieron todos los días encima mío y en Florencia se rumoreaba que unos seres malignos me habían capturado justo al salir de la ciudad. Otros, se inclinaban hacia los experimentos de un alquimista sobre mí, habiéndome secuestrado durante todo aquel tiempo y borrándome después la memoria con unos procedimientos ocultistas. En aquella época la alquimia estaba de moda y a ojos de la gente se la veía como un instrumento del diablo, pues querer emular a Dios era un sacrilegio propio de Satanás. Aún así, algunos jóvenes, sobretodo universitarios, de cada vez tenían menos prejuicios sobre la ciencia y ya los miraban con otros ojos.
Dejando de lado lo que se creía que me había pasado, aquello, repito, me cambió la vida para siempre. Una especie de extraña melancolía me embargaba y durante años estuve sin sonreir y con la sensación de estar permanentemente aislado y separado de los demás. A mi familia no le importaba, en principio, mi actitud, pues les bastaba que yo hubiera vuelto "de los muertos" como solía siempre recordar mi madre con una mirada entre extrañada y emocionada.
Incluso cuando me dijeron que Prímula estaba prometido con el hijo de un duque de Bolonia, no pestañeé y me limité a asentir, sin sentir nada en mi corazón. Quizá el bosque no solamente me había robado un año, sino que con ello también se había llevado mi alma.

Sin embargo, cuando empecé la Universidad, la sonrisa volvió a mi rostro como por arte de magia, de repente, con la rapidez en qué había crecido mi desapego por el mundo unos años antes. Conocí a unos jóvenes estudiantes de música y juntos empezamos a componer diversas canciones creando una tuna propia. Pronto nuestro virtuosismo llegó a tal nivel, que empezaron a reclamarnos de otras ciudades-estado para que fuéramos a tocar allí en encuentros entre tunos. Aquellos años los recuerdo con mucho cariño y, en verdad, me ayudaron a olvidarme de todo lo anterior, incluyendo mi antiguo amor por Prímula.

Poco después de mi ingreso en la Universidad, sin embargo, una desgracia asoló el Palacio y nuestra vida en familia: mi padre había muerto de un súbito ataque al corazón. Fueron días muy amargos, insoportables, en qué la sombra oscura de mi depresión volvieron a arrasar todas mis esperanzas vertidas en la música. Con la muerte de mi padre tendría, además, que dejar la música para siempre a un lado y dedicarme a mis obligaciones como Duque en el Palacio, pues, junto con el Condottiero, el duque de Florencia era la persona más poderosa de la ciudad.

Me negué, esperando que comprendieran que aquella vida no era para mí pero nadie me entendió, incluidas mi madre y mi hermana. Finalmente, harto de sentirme culpable, huí de Florencia sabiendo que jamás podría volver hacia Alemania y allí, con el poco dinero que había ahorrado por mi mismo, me compré una pequeña y humilde casa.
Mi inspiración, "gracias" a las desgracias que había sufrido en mi vida, parecía ser inagotable y pronto llegué a tocar en las Cortes de Alemania con un pseudónimo para que nadie pudiera reconocer al antiguo duque de Florencia.

Y así vivo, en el anonimato, felizmente incomprendido, de nuevo enamorado. Y con los ojos cerrados, todas las noches doy gracias a las estrellas y a la Luna con mi laud, por aquel encuentro misterioso que, ahora lo sé, me cambió la vida para siempre.

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